Hemos decidido reorganizar y unificar la piara de blogs de la que hacíamos gala. Tranquilos, seguimos con las mismas ganas de fracasar, solo que hemos aprendido a hacerlo con más clase. Puedes encontrar este blog exactamente igual AQUÍ
Cuando Joy Division en la voz de Ian Curtis decide versionear “Sister Ray” de The Velvet Underground, allí, en ese momento, se produce un acto de energía artística trascendental. Para mí tan alto, históricamente tan duro, como cuando Lenin lee por vez primera a Carlos Marx. De hecho, ya no concibo a Lenin leyendo a Marx si no es desde un cuadro de Andy Warhol. La cultura Pop es la única cultura posible, esa es la cuestión. Esa cultura está en la música, está en el cine, está en la pintura, y sobre todo, está en la vida de la gente. Está muy metida en la vida de la gente. La gente es Pop, o afterpop, por decirlo a la manera de Eloy Fernández Porta. Pero qué pasa con la literatura. Ay, amigos, esa es la última de la clase. La más tonta. La literatura se resiste. Lleva resistiéndose unos cincuenta años. Es muy aristocrática ella. Y en España esa resistencia es casi marca de la casa, una nueva reserva espiritual de occidente. Se nos dijo, de pequeñitos, que sí, que vale, que estaba bien que te gustase Bob Dylan, o incluso (y ya es incluso) la Velvet Underground, pero que te olvidases de eso a la hora de escribir. A la hora de escribir Dylan y la Velvet se tenían que quedar fuera. Que si querías algo así, en plan poesía, pero de verdad, pues Petrarca y la tradición clásica. Bien, pues eso es mentira. Una fea mentira. Una asquerosa mentira. ¿Qué diablos puede hacer un hombre como yo con Petrarca? Me da miedo y no entiendo nada. Y Ariosto, pánico me da. Y Horacio, yo no sé qué me da Horacio. Me parece un buen nombre para un bar de copas: vamos al Horacio, amor mío. Haremos el amor esta noche en los célebres lavabos del Horacio.
Un día el poeta y director de DVD Ediciones Sergio Gaspar, hombre bien ajeno al Pop, me dijo, sin embargo, lo siguiente: “la cultura Pop es la única cultura viva en Occidente hoy”. Se podría incluso decir, añado yo ahora, que la literatura que procede del Pop es la única literatura históricamente responsable. Si es que la responsabilidad histórica es un bien estético que interesa a la literatura. La cultura Pop está en el mundo o es el mundo, y en la literatura que procede de esa cultura hay lo que los antiguos llamaban “realismo histórico”. El cine de Luis Buñuel fue un cine Pop antes del Pop. Richard Wagner fue precursor del caos del Punk. Desde el Punk, desde los Sex Pistols, no ha pasado nada en el mundo. Terrible. Digo que pase algo de verdad, no sutilezas. Algo duro, sórdido y barato.
Porque si te gusta lo duro, lo sórdido y lo barato, ¿a quién demonios lees? En España, di, ¿a quién lees? Por eso yo me iba de la literatura, me iba ya. Dije “bah, tío, me duermo, que es que me duermo de verdad”. Entonces, me llamó Sergio Gaspar y me dijo “eh, Vilas, este es el momento, ya estamos maduros para el caos”. Esto fue en el verano del 2008. Estaba yo en una jodida piscina municipal de Zaragoza oyendo “Sister Ray” en el MP3. Era agosto. Una piscina municipal del extrarradio de Zaragoza es la única poética literaria que puede albergar en su dulce corazón un tipo como yo, claro. Mi literatura no se gestó en un castillo. Se gestó en una piscina municipal. Allí, y muy bien, eh.
Gaspar me dijo “Vilas, este es el momento, escribe, tío; a esa mierda que escribes le ha llegado su momento”. Ah, qué bien, parecíamos dos conjurados. Un mes después le di mi novela España y él la publicó enseguida, algo sorprendente. “Hay que darse prisa, igual el caos solo está maduro media hora o una hora a lo sumo, siendo optimista, una hora y cuarto”, explicó Gaspar, enemigo de las prisas. La única aspiración legítima de la literatura es el caos histórico, es el agrio consentimiento a la muerte y a la política, y es el amor puro. Pues sí, vamos a dejar un bonito suvenir de nuestro paso por la historia de la literatura española. Siempre hablando de cosas que no nos dan de comer. Maduros para el caos, sí.
Aunque, sin ánimo de faltar al bueno de Chuck, los mejores vocalistas masculinos del rock siempre han sido Elvis Presley, Solomon Burke, Mick Jagger y, por encima de todos, Joe Cocker. ¿No?
Por cierto, Mad Dogs and Englishmen, posiblemente sea mi disco en directo preferido... Y una de mis películas de rock preferidas... Seguramente, la mejor de la historia si la hubieran editado un poquito más y mejor. Pero hagan zapping, que para eso está:
La mejor voz masculina en la historia del rock es la de Rod Stewart. Nadie en Spin comparte mi opinión, y muchos de mis compañeros suponen que pretendo dármelas de irónico cuando insisto en que la voz de cazalla de Rod Stewart resulta más conmovedora que la de Sinatra.
(…) Storyteller es una caja con cuatro discos, sesenta y cuatro temas en total, pero se puede captar la esencia al completo de Rod Stewart escuchando el tema número seis de cada uno de los cuatro cedés. El tema seis del primer disco es I´ve been drinking, que es la primera de las piedras angulares de la iconografía de Rod Stewart: él es el adorable bebedor que siempre escoge el alcohol por encima de cualquier cosa, y no hay modo de decir si eso resulta admirable o patético.
El sexto tema del segundo disco es Stay with me, una melodía en la que Rod convence a una mujer para que se acueste con él, solo para suplicarle después que se vaya de su piso antes de que se despierte a la mañana siguiente (aunque también se ofrece a pagarle el taxi y un frasco de colonia). Ese es el segundo componente esencial del personaje Stewart: es una especie de gigoló y de mal novio, probablemente porque toma un montón de decisiones estando borracho (como queda patente en el primer disco).
El sexto tema del tercer disco es The First Cup is the deepest, donde entendemos por qué bebe y por qué le va la juerga: todavía no ha olvidado a la primera mujer que le rompió el corazón. Aunque tal vez nunca haya estado enamorado de ella; tal vez ese su verdadero problema; tal vez no fue más que Infatuation, que es el sexto tema del cuarto disco.
La gente siempre ha criticado a Rod Stewart por su mal gusto, y supongo que entiendo la razón. Tonight´s the Night es una canción bastante fallida, al igual que la conocida Downtown Train. Su versión de Cigarrettes and Alcohol fue absurda. Aunque tal vez exista un marco más amplio en el que el inscribir todas esas malas decisiones: tal vez Rod Stewart trata de explicar que no entiende cómo funciona el mundo y que simplemente intenta descubrirlo a través de las cosas que la importan personalmente, aunque sean un rollazo (e incluso aunque intervenga en ello el guitarrista Jeff Beck). Si lo único que has hecho en tu vida es beber coñac y perseguir a las mujeres y echarlas de menos cuando se han ido (lo cual lleva a pensar en primer lugar por qué estaban ahí), eso se convierte en el modo como uno entiende la existencia. Por lo tanto, a través de ello es como intentas comprender todo lo demás. Tal vez Rod Stewart sea un payaso con un horrible sentido de la oportunidad, pero todo lo que dice es cierto.
(Pégate un tiro para sobrevivir. Un viaje personal por la América de los mitos. Chuck Klosterman)
Muchos lectores inteligentes, si es que los hay (muchos, no inteligentes), habrá notado el parecido del título de la entrada anterior sobre George Harrison ("Ese chico yonki y solitario") con el homenaje que una discográfica hizo en los 90 a Antonio Vega aprovechando una época en la que estaba semi-desaparecido: el disco se llamó "Ese chico triste y solitario" y al señor Vega no le gustó nada porque ni se le consultó los autores que entraron ni el título que, en su opinión, desprendía un tufillo paternalista y misericorde.
Este mismo año, Josele Santiago ha publicado un nuevo disco, "Lecciones de vértigo" y, en él, hay una canción, llamada El lobo en cuyo estribillo ("más tristes son ustedes/ rodeados de paredes/ sin poder salir") rescata una vieja anécdota que, siempre que ha tenido ocasión, ha contado con bastante gracia: la del día que vio a un mendigo pedir dinero en el metro bajo la fórmula de "es triste robar, pero más tristes son ustedes".
Ni le menta ni está dedicada a él, lo que pasa es que las circunstancias en las que fue escrita, cuado me vino la idea, fue a raíz de la muerte de Antonio Vega, no por la muerte o por Antonio en sí, sino por la cantidad de chorradas que se dijeron en los medios. Pienso que Antonio vivió como quiso y santas pascuas, no hay que darle más vueltas al asunto. Cuando uno va por libre la envidia se disfraza de compasión.
Todo esto viene porque, aunque me encantó la charla de Boyero y Diego A. Manrique acerca del documental de Scorsese sobre George Harrison, me fastidió ese tono de conmiseración y esa insistencia en definir a un chico que se hizo multimillonario haciendo lo que le gustaba desde los 20 años, como un pobre desgraciado... Si os fijasteis, también notaríais que los vídeos que elegí para ilustrar esa entrada, tenían de todo menos de tristes. Al fin y al cabo, mucho más tristes hemos sido todos y cada uno de nosotros. Rodeados de paredes. Sin poder salir.
El País reproduce hoy una conversación entre Diego A. Manrique y Boyero sobre el documental en el que Scorsese retrata a George Harrison... Es difícil decir más con menos palabras
D. A. M. Puedo entender que no te haga gracia Yoko pero el hecho básico es que Lennon pasó los últimos 15 años de su vida con ella, así que algo habría...
C. B. Ya. Son manías... De todas formas, la historia que me parece aterradora, y que no recordaba, es la del hombre que entró en casa de Harrison para matarle. Eso es brutal.
D. A. M. Aterrador. En el caso de Lennon se podía entender que un loco quisiera matarle porque era un hombre absolutamente polarizador. Pero Harrison era un alma cándida y que de repente entre un friki a matarle en su casa era algo impensable. Pero al fin y al cabo Harrison fue un tipo de muy mala suerte. Eso se ve en el documental, cuando pierde la voz en ese concierto con Billy Preston. A Harrison le pasa de todo, le echan de las discográficas y solo recobra un poco el ánimo al final, cuando se junta con Bob Dylan, Tom Petty y Roy Orbison en Traveling Wilburys y cuando Eric Clapton le paga los favores y le lleva de gira, empujándole otra vez al escenario.
C. B. Hombre, ya podía pagarle los favores después de levantarle a su mujer. La historia de Patty Boyd y Clapton está muy bien contada. Esa mujer que inspiró Layla ySomething... me gusta esa frase de Sinatra diciendo que Something es una de las mejores canciones de amor de la historia.
D. A. M. Sí, pero en un concierto, y está grabado, Sinatra dijo que Something era la mejor canción de todos los tiempos... y luego añadió: "Y saludemos a Lennon y McCartney". Al final el drama de Harrison es el de un señor que está junto a dos genios de tal intensidad que queda eclipsado.
C. B. Creo que por eso me gusta tanto la socarronería de Ringo Starr. Me gusta mucho cómo está en la película. Es un secundario al nivel de los grandes del cine americano.
C. B. Incluso antes de morir se compra una casa en Suiza para huir de los impuestos. Es un hombre de extremos. Un obsesivo absoluto. Ya sea la coca, los Hare Krishna o los coches de carreras...
D. A. M. Y otro gran olvido de la película, además del plagio de My sweet Lord, ¡cuyo juicio perdió!, es cómo en los setenta destroza a Ringo Starr con un affaire con su primera novia, la de toda la vida, Maureen. Su gran amigo, el que hace pandilla con él frente a Lennon y McCartney, va y le cuenta que aunque puede tener a la mujer que le dé la gana se ha encaprichado precisamente de la suya. Tremendo. Al final, lo que ves es que entre ellos había algo realmente indestructible. Basta con el detalle final de Ringo relatando cómo se despide de él antes de morir.
C. B. No, si al final, es lo que dice Tony Soprano a su hijo cuando se intenta suicidar porque le ha dejado la novia, que detrás de tanta canción sentimental lo que hay es un negocio construido gracias a infinidad de putadas y abandonos.
D. A. M. Pero el misterio es ese, cómo un hombre que pasó por una experiencia que no podemos ni imaginar y que culturalmente no tiene equivalente en el siglo XX, que fue cambiar el mundo, se convirtió en un amargado.
C. B. Es algo que ya ves en las fotografías de ellos de jóvenes. Es como lo de Mystic river, que ya desde niños ves el papel que le ha tocado a cada uno en la vida. Ves a Lennon, el que mola del barrio, a McCartney, el señor de las grandes recepciones y negocios, y luego está el que no sabe muy bien qué pinta ahí. En cualquier caso me gustaría que Scorsese siguiera explorando la vida de genios como estos.
D. A. M. Sí, pero sin olvidar los asuntos oscuros.
Pégate un tiro para sobrevivir: un viaje personal por la América de los mitos es un libro sobre un periodista de una revista musical que debe ir viajando por EEUU recorriendo famosos lugares de defunción de célebres estrellas del rock. Mientras tanto esnifa cocaína, fuma marihuana, bebe alcohol, divaga sobre los efectos de estas sustancias en él, en la sociedad y en la composición musical, escucha discos, reflexiona acerca de diferentes artistas, duda entre los dos amores de su vida en ese momento y rememora los amores de su vida en momentos anteriores y se masturba filosófica y poéticamente con cuanto tema le salta al paso. El protagonista y el narrador, si no son la misma persona sí tienen, al menos, el mismo nombre (aunque, como diría Vila-Matas, el nombre propio es el mejor seudónimo) y entonces, podemos decir que, en un momento determinado, Chuck Klosterman asegura:
Siempre que me veo implicado en una conversación sobre las mejores bandas de rock de todos los tiempos, coloco a los Zeppelin en tercer lugar, detrás de los Beatles y los Rolling Stones. Es un sentir absolutamente mayoritario. Si se hiciese una encuesta entre los habitantes de Estados Unidos a los que les gusta la música rock, esas tres bandas serían las elegidas por consenso (y, además, en ese orden). Pero Zeppelin es con mucho la banda de rock más popular de todos los tiempos, y son populares en un sentido en que ni los Beatles ni los Stones pueden competir. Se debe a que toda persona nacida después del año 1958 ha tenido en algún momento de su vida la convicción de que Led Zeppelin ha sido la única banda de verdad que ha existido jamás. Y no hay otro grupo de rock que genere esa misma experiencia.
Yo, que no he hecho un viaje personal por la América de los mitos, ni siquiera he buscado los lugares en que la palmaron pues, no sé, Pepe Risi, Enrique Urquijo, Julián Infante, Cecilia o Migue Benítez y que no dudo entre los dos amoers de mi vida en este momento (el fútbol está un poco apagado esta temporada, he de admitir), estoy de acuerdo en bastantes cosas con Chuck Klosterman. Incluso, en este caso iría un poco más lejos... Pues Led Zeppelin no solo llegan a los fans de Beatles y Rolling Stones, sino que posiblemente serían (mínimo) la segunda o tercera opción también para los fans de Metallica, Iron Maiden, Guns and Roses, Jane´s Addiction o White Stripes... Y, por salirnos de Estados Unidos... me gustaría saber cuántos fans de Barón Rojo, Leño, La Polla Records, Extremoduro, Mago de Oz, Saratoga o, incluso, O Funkillo, ponen por delante a los Beatles o los Stones...
Sigue Chuck:
Led Zeppelin es la entidad musical más legítimamente atemporal del pasado medio siglo. Es el único grupo en la historia del rock and roll ante el cual todo hombre al que le gusta el rock parece experimentar exactamente lo mismo. (...)
Sea cual sea la cualidad que hace Led Zep sea un arquetipo eterno debe ser “intangible”, pero incluso esta argumentación suena débil. Estoy en el estado de los grandes cielos, escuchando “Heartbreaker” a todo volumen, y la perfección de Led Zeppelin me resulta absolutamene palpable. (…) Todo es real. Y lo que abarca ese “todo” es que los Led Zeppelin suean a lo que son, pero también suenan a lo que no son. Suenan como una banda inglesa de blues. Suenan como un branquiosario de sangre caliente. Suenan a Aníbal atravesando los Alpes. Suenan sexy, sexistas y asexuados. Suenan oscuros y también colocados; suenan inteligentes y también tontos; parecen mayores que tú, aunque solo un poco. Los Led suenan a cómo actúa un tío enrollado. O, más específicamente, los Led Zeppelin suenan a cierta clase de tío enrollado: la clase de tío enrollado que todo hombre intuye vagamente que podría ser… si unas cuantas cosas de este mundo fuesen un poco diferentes. Y dicha experiencia es propia de Led Zeppelin, pues su manifestación es totalmente sonora: existe un momento en la vida en el que, cuando escuchas “The Ocean” y “Out on the Tiles” y “Kashmir”, sientes que esas canciones te convierten de un modo activo en la persona que quieres ser.
Importa poco que hayas escuchado cien veces esas canciones en el pasado y no hayas sentido nada, y también importa poco que no escuches rock & roll normalmente y solo hayas oído de pasada alguno de esos temas al pasar junto a la habitación de otra persona. Aun así, todos coincidimos en el mismo vértice: por alguna razón inexplicable, en un momento dado del proceso de maduración masculina, la música de Led Zeppelin suena como la perfecta actualización de ese tío enrollado perfecto que habita en tu interior. Escucharás la introducción del tema “When the Levee Breaks” y te sentirás como si tu cerebro estuviese dentro de la batería. Escucharás el aullido que da comienzo a “Inmigrant Song” y te imaginarás en la proa de un barco vikingo gritando ¡Valhalla! Y cuando esas cosas ocurren, no piensas en Physical Graffiti o Houses of the Holy en términos abstractos o metafísicos. Te limitas a pensar: “Vaya. Acabo de darme cuenta de algo: esta mierda es perfecta. De hecho este disco es infinitamente superior a cualquier otra forma musical en todo el planeta, así que esto lo que voy a escuchar el resto de mis días, a todas horas”. Y así lo haces durante seis días o seis semanas o seis años. Esa es tu fase Led Zeppelin. (…) Y es muy posible que superes esa fase. Pero ese es el motivo por el cual Led Zeppelin es la banda de rock más querido de todos los tiempos, a pesar de que la mayoría de la gente (incluido yo mismo) piensa que los Beatles o los Rolling Stones son mejores. Estas dos bandas son apreciadas de un millón de maneras y por un millón de razones, y los criterios para hacerlo cambian con cada generación. Pero a los Led Zeppelin solo se les aprecia de un modo, y ese modo nunca evoluciona. Es algo que comparten todos los hombres jóvenes, y seguiremos compartiéndolo hasta el fin de los tiempos. Los Led Zeppelin son inmortales, a pesar de que John Bonham no lo fuese.
(Pégate un tiro para sobrevivir. Un viaje personal por la América de los mitos. Chuck Klosterman.)
Desgraciadamente, me temo que, particularmente, he pasado mi "fase Led Zeppelin": desde luego, ya no estoy dispuesto a pegarme con nadie de 1,70 para abajo que ose decir que no son la mejor banda de todos los tiempos... Imagino que eso forma parte de la maduración (Nick Hornby decía que, en parte, te haces mayor cuando eres capaz de distinguir canciones buenas sin necesidad de que tengan un solo de guitarra increíble, una batería estremecedora o un bajo apabullante) pero, como siempre que observo signos de maduración, no puedo evitar sentirme también viejo. Y echar de menos esa etapa en la que estaba todo claro: si un buen grupo es siempre más que la suma individual de sus partes, está clarísimo, primero, que Bonham, Jones, Plant y Page coincidieran ponía las cosas muy difíciles, pero su forma de trabajar, les hacía definitivamente inalcanzables. Zeppelines mirando desde arriba con desprecio al resto de grupos que solo podía rezar para que se estrellaran.
Cada vez que les escucho me entra la duda y pienso que igual no he madurado, sino que puede que esté involucionando. Que a los 16 tenía razón y que esto era lo mejor que se puede escuchar... Luego, siempre, se me pasa. Y paso a Exile on Main Street o Agila o 69 Love Songs o El Manifiesto Desastre. Que puede que, en parte, sean mejores, pero, como explica Klosterman no es lo mismo. Y no, definitivamente, no es igual.
-¿Qué apareció antes la música o la miseria? Se preocupan porque los niños juegan con armas o ven videos violentos o si les domina una especie de cultura de la violencia y les da igual que los niños escuchen miles y digo miles de canciones sobre sufrimiento, rechazo, perdida, miseria y dolor.
¿Escuchaba música pop porque estaba deprimido o estaba deprimido porque escuchaba música pop?
En el aparentemente intrascendente libro 31 canciones de Nick Hornby encontramos, aparte de una recomendable lectura para vuestros ratos muertos, un auténtico filón para este blog. Aviso de antemano: el libro puede parecer una solemne estupidez (no es más que hacerse una paja con 31 canciones –en realidad unas 40-) pero deja reflexiones agudas, certeras y, en ocasiones, brillantes. Aviso también: puede que destripemos algunos puntos en este blog porque es tan fácil como tirar de una versión de “Maneras de vivir”, “Twist & shout”, “Dolores se llamaba Lola”, “Losing my religión” o “La Bamba” en un concierto: muy malo tienes que ser para joderla.
Para empezar, nos detendremos en su visión acerca de los solos.
La verdad es que ésta es una pregunta seria: ¿cómo ilustra o clarifica la situación de los esquimales un solo de mandolina, por cierto? De hecho, ¿cómo puede cualquier clase de solo ilustrar cualquier clase de cuestión, sea la cuestión de los esquimales o la cuestión de un joven cuya novia se la pega con su mejor amigo? ¿Por qué se quedan en suspenso las palabras de repente mientras el guitarrista o el saxofonista o el violinista da un paso adelante y hace su número?
(…)
Creo que esto viene mejor resumido en este glorioso momento de los gloriosos Simpsons:
Luego, Hornby resume que los que nacieron en los últimos años cincuenta y se enamoraron de la música rock en los primeros setenta tienen una complicada relación con los solos. Pone el ejemplo de intentar con todas sus fuerzas disfrutar o al menos justificar el solo de 20 minutos del batería de Grand Funk Railroad en Hyde Park y pone el ejemplo de la vez que se marchó de un concierto de Led Zeppelin en Earl´s Court durante “una interminable extravagancia de John Paul Jones con el teclado”. Le dio tiempo a tomar una pinta y echar una partida de billar perdiéndose así también completa Moby Dick (el solo de batería). Entonces dice descubrir que “¡ESTÁ PERMITIDO MARCHARSE!”
Para aquellos que hemos nacido en los 80 pero hemos pasado por nuestra “Fase Led Zeppelin” (teoría de Chuck Klosterman que también comentaremos en este blog), el conflicto ha sido similar, especialmente con los discos en directo. Porque, claro, tú estás en un bar animadete y viendo a unos tíos que puede que tengan clase y “actitud” (sea lo que sea eso) tocando y, oye, pues bien… Pero, tú solo, en tu casa… intentando escucharte el Made in Japan de los Purple a las 4 de la tarde, sobrio como una lechuga… O, lo que es peor, con amigos, que entonces todos os miráis de reojo con ganas de pasar el puto solo pero sin que ninguno se atreva a dar el paso porque, claro, “es que es de los mejores directos de la historia…”. Realmente ha sido un apoyo ver que Nick, que no tiene un pelo de tonto, tiene una opinión similar a la tantas veces callada en las salas de estar y botellones del aprendizaje del rock.
Pero, sobre todo, realiza su particular distinción entre los dos grandes tipos de solos, con la que no puedo estar más de acuerdo:
Hay dos clases de grandes solos. El primer tipo, y el más corriente, es ese en que un músico brillante (o inspirado en ese momento) avanza un paso y toca con gran imaginación –incluso emoción, si tiene suerte-el número de compases que le han otorgado, pero no, necesariamente, los adecuados. Al final de “Kid Charlemagne” de Steely Dan, por ejemplo hay un solo de guitarra de tan extraordinaria y virtuosa exuberancia que terminas preguntándote de dónde ha salido y qué demonios tiene que ver con la seca ironía de la letra de la canción; “Kid Charlemagne” es una mirada típicamente aguda, punzante sobre la muerte de los años sesenta, pero el solo con que termina es el sonido de una alegría pura, ínegra; la guitarra se sube a hombros de la canción y luego se lanza tal cual hacia las nubes, y cuando la canción se va apagando piensas que también llegará hasta ellas.
(…)
Yo, al leer esta definición pienso sobre todo en los solos jeviatas de canciones románticas, pero también incluso en aquellos solos brillantes, intensos y ou, sí, auténticos… pero innecesariamente largos. Con este tipo de solos no puedo dejar de pensar: tío, ya sé que eres bueno, no hace falta que te empeñes en demostrarlo y dejarlo claro durante 6 minutos…
Sigue el gran Hornby:
Pero mis solos favoritos son los que muestran de algún modo que el solista ha captado el sentimiento de la canción, la letra, la música y todo, ha sentido la canción y ha comprendido su esencia auténtica, de manera que el solo se convierte no solo en una reinterpretación imaginativa de ella, sino en una contribución a su significado y su ser, y una articulación de éstos, como un fragmento brillante de crítica práctica. (…)
Clapton lo hizo repetidamente en Layla, cuando al parecer estaba colgado de la heroína y exaltado por el dolor –un golpe para aquellos de nosotros que no queremos tragarnos ninguno de esos mitos sobre el arte-. Su solo en “Nobody knows you when you´re down & out”, un corte profundamente sentido y tocado con sencillez que parece manar incesantemente de una herida profunda en el centro de la canción misma –no del guitarrista, sino de la canción- es mi instante favorito de blues-rock blanco. “
También, Hornby menciona el de Paul Westerberg en “Born for me”, que no acabo de pillar pero que, como él sabe de música más que yo, os pongo para que podáis escuchar.
Mientras leía esto, no podía dejar de pensar en Ariel Rot, del que muy a menudo se dice que es el mejor guitarrista español pero pocas veces se dan razones.
Para mí, la razón principal es que sabe poner su guitarra al servicio de las canciones. No es un Santana, el muy pesado cabrón, que lleva 40 años grabando discos y parece que en cada solo sigue necesitando demostrar que es Santana… Y, joder, ¿no le valdría con el maldito gorro?
Yo, la verdad, que soy un cerdo sin sentimientos o, al menos, un cínico con resentimiento, nunca he sido demasiado de intérpretes de supuesta “autenticidad”, que “transmiten”… Para emocionarme con una canción suelo necesitar melodía y/o letra. Sin embargo, con Ariel Rot sí que me ha pasado a veces que un solo sentido, perfectamente interpretado y, sobre todo, manteniendo la línea de la canción, ha sabido transmitir algo más auténtico de lo que, a menudo, estaba consiguiendo con la letra y la melodía. Por ejemplo, "Geishas en Madrid" es una de mis canciones preferidas, y la letra no creo que sea especialmente buena... no sé, es francamente emocional, si, pero creo que lo que convierte en INCREÍBLEMENTE COJONUDA la estrofa
“la última vez fue en los 90
hicimos el amor y bailaste para mí
pero de madrugada los dos nos dimos cuenta
que era demasiado tarde y me dejaste ir”
es el solo que la completa.
Eso mismo ocurre con "Los tipos duros no bailan"… que siempre me ha parecido una excepcional mezcla entre Bob Dylan y Keith Richards en solitario… Y, si te fijas, la letra es, mínimo cursi, y con uno de los peores comienzos de canciones de la historia (“me dejaste correr/GALOPAR COMO UN POTRILLO????”), pero ¿cómo te vas a fijar cuando hay una guitarra tan maravillosa haciendo el acompañamiento y sutiles, elegantes toques de guitarra solista que te van pinchando justo donde se juntan el corazón y los huevos?
E, incluso, cuando se pone sentimental, en la típica balada como “Me estás atrapando otra vez”, cuya estructura todo el mundo conoce y sabe cuándo va a llegar el solo y, más o menos, cómo va ser, nadie se espera que lo haga así y siempre dudas de que vaya a saber contenerse y dejarlo justo cuando tiene que hacerlo, sin pasarse pero sin quedarse corto, haciendo un solo preciso,perfecto...
Realmente, y no es por corregir a Hornby, creo que hay tres tipos de solos: los que deseas que se acaben de una vez, los que al principio te encantan y luego te aburren, y los que quieres escuchar mil veces. Y estos son los de Ariel. Desde luego, no solo un solo.
El doble álbum blanco se terminó de grabar en octubre de 1968 (…). Los propios Beatles ignoraban hasta qué punto se podría sostener la precaria situación del grupo. A principios del año siguiente iba a salir un álbum con material sobrante (…) pero inevitablemente había que acometer el trabajo de grabar el siguiente disco de verdad. (…) Aquel mes de enero de 1969, y siguiendo más o menos el “sistema” del doble blanco (o sea, el de “cada uno por su lado”), los Beatles diez temas en una serie de sesiones (parcialmente recogidas en la película Let it be) que resultaron ser las más caóticas, deprimentes y sencillamente malas de su historia.
El resultado les pareció a ellos cuatro tan insostenible que, cuando acabaron de grabar "Two of us", el 24 de enero, todos sabían que el grupo estaba acabado. Su inseparable productor, George Martin, no podía idear nada para salvarles (terminarían pidiendo socorro a un gigante que había hecho milagros en la Tamla Motown, Phil Spector, cuyo trabajo –en colaboración con Richard Hewison- decepcionó profundamente a los cuatro). ¿Éste –tan triste, lúgubre, descorazonador y lamentable- era el final? (…)
Pero hubo un milagro. Un giro inesperado de la historia que, sin merma alguna de la verosimilitud (es decir, sin dejar de precipitarse inexorablemente hacia un final que ya nada podía evitar), produjo un último esfuerzo genial y maravilloso. Alguien –probablemente Paul, de cuya incapacidad para acabar ya hemos dicho algo- se negó a terminar de este modo, y los demás comprendieron en seguida. (…) Sólo unos días después de haber perpetrado el crimen que se daría en llamar Let it be y que, para el público en general, sería el últio álbum de los Beatles (porque, fue en efecto, el último en publicarse, pero no el último en grabarse), Lennon y Harrison llegaron al estudio con dos canciones extraordinarias. Y así continuó el goteo hasta el verano de 1969, durante el cual permanecieron muchas horas en Abbey Road, tocando de nuevo juntos, por última vez, como una verdadera banda, desencadenando una tras otra obras maestras de la música pop (…)
De modo que último disco no podía ser uno entre otros: tenía que ser el mejor (y, probablemente, lo es), y todos acudieron a la llamada. Sabían que, por separado, nunca llegarían a hacer nada de un valor siquiera semejante. (…)
Abbey Road es una obra excepcional al menos por esto: porque todos los que participaron en ella ya sabían, desde el principio, que sería la última, que no habría ocasión de rectificar. Esto se percibe desde el comienzo, con una de esas cancines sólidas y rotundas de Lennon que se titula precisamente "Come together": uníos, reuníos, cuajad; parece ironía iniciar el disco de la separación con la consigna de la unidad, pero no lo es, es la invocación de un tipo de conexión (la de una banda tocando junta y bien trabada) que se exige para un buen final. Sólo hay un buen principio cuando es el principio del fin (en los coros de esta canción, Lennon y McCartney cantaron por último vez juntos en un estudio de grabación). Quizá esto no se parecía con tanta claridad en la primera mitad del disco, en donde se suceden los esfuerzos individuales por estar a la altura de las individuales por estar a la altura de las circunstancias (….) Pero en la cota del corte noveno –"You never gime your Money"- de pronto todo se desata y se precipita a partir de uno de esos “fragmentos sueltos” de Paul sobre su adolescencia en Liverpool, en el cual el pasado adquiere el aire meteórico de un futuro que casi se diría eterno.
Ahí ya no estamos solamente ante una prueba más del virtuosismo melódico, vocal e instrumental de McCartney, estamos en presencia de una banda de rock and roll de cuatro músicos tocando y cantando asombrosamente juntos; hasta el ambiente artificial del estudio (…) queda convertido en el de una jam sesión o en el de un “ensayo” particularmente inspirado. Las canciones se suceden unas a otras sin cortes (la mayoría de ellas se grabaron efectivamente así, juntas y seguidas, en el prodigioso mes de julio de 1969 en el que Neil Armstrong pisó la Luna), en un medley que discurre a toda velocidad por una pendiente de gran inclinación e intensidad (…) a través de la cual se van sorteando los obstáculos como en un slalom gigante, en un campeonato de surf con el viento desatado o en una carrera de automóviles de Fórmula I llena de curvas peligrosas y de derrapes en los límites del equilibrio (…) hasta que un reprise de You never give me… reintroduce el clima de disparadero de gozo en el cual se funden el pasado y el futuro. Aquel sueño en el cual cuatro desertores del college metieron sus mochilas en una limusina y deespegaron a golpe de acelerador no se hizo realidad en el 61, ni en el 63, ni en el 67: se está haciendo reaidad ahora, precisamente hoy, en un “hoy” que no señala el tiempo del calendario sino que construye el sentimiento mágico que alienta en los instrumentos y en las voces voces de los cuatro ángeles atolondrados que no tienen más cultura que la que han podido adquirir de oído, de paso y sobre la marcha. Pero cuando el coro rompe a cantar
Booooooyyyyyy, you´re gonna carry that weight
Carry that weith a long time,
con la voz de Ringo Starr en el primer plano, sabemos que el peso de los Beatles gravitará aún largo tiempo sobre las espaldas de los que ahora se despiden de él con la inmensa alegría de quien se deshace de un fardo demasiado cargado y pisa el acelerador para llegar rápido al final ("The End"), la canción que tenía que haber cerrado el disco y en la cual, tras un magnífico solo de Ringo, las guitarras de Harrison, McCartney y Lennon emprenden un fabuloso combate nacido de la improvisación y en el cual, de nuevo, la singularidad de cada uno de ellos consigue come toghether para hacer sonar por última vez a los Beatles.
Como ya sucedió en el Sgt. Pepper´s, la canción final (…) no es la última. Tras ella suenan los simples y breves compases de "Her Majesty", una especie de nana perversa que formaba parte inicialmente de la suite de "Golden Slumbers", pero que Paul cortó en el último momento para pegarla en este punto extremo. Por esta razón (porque la melodía estaba unidad y encadenada con el resto), la última nota (que a su vez habría sido la primera del siguiente tema) falta, como si se quisiera indicar que a esta historia no se le puede poner un punto final. (…)
JOSÉ LUIS PARDO.
Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas.
Hace mucho tiempo comenzamos una canción (a día de hoy inacabada) cuya primera estrofa decía:
Si Keith Richards levantara la cabeza…
Si Calamaro perdiera veinte kilos…
Si por venderme al menos te comprara…
O tuviera para ponerte un piso.
Lógicamente, como pueden observar, la canción era un simplista Ubi sunt? sobre un tópico del rock tan cansino como cualquiera de los más manidos propios de las estrellas (destrozar hoteles, follar grupis en cadena, morir de sobredosis…): en este caso el del hooligan que se permite despreciar a un artista que, rechazando un pasado indiependiente, auténtico (ay dios) opta por venderse, convirtiéndose en patética caricatura de lo que un día representó y, por tanto, acaba no sólo traicionándose a sí mismo sino también, recórcholis, lo que es peor, fallando al público que un día confió en él. Y al que, claro, tanto debe. En fin, cosas de niños…
No se llamen a engaño: con esto no quiero decir que hayamos madurado y, por tanto, hayamos rechazado una canción tan simplista: seguimos siendo unos putos niñatos y la canción sigue en un cajón simplemente porque abandonamos casi todo lo que hacemos (como habéis podido escuchar, otra canción acaba –por tanto, mintiendo- “Yo que nunca acabé nada/ casi acabo contigo/ yo que nunca acabé nada/ he acabado tu canción”).
Esto viene a cuento porque el pobre Andrés Calamaro, tras una etapa en la que era la viva imagen de la felicidad (no sólo porque, si la felicidad se representa con una curva, él llegó a estar a punto de ponerse en órbita) ha sacudido a la siempre sedienta prensa argentina del corazón-rock (sí, parece ser que la hay) con recientes escándalos que recuerdan tiempos pasados: Andrés mete la pata con la mujer que le aguantaba, daba estabilidad, y cuyo nombre se había tatuado para dar testimonio al mundo de su amor; ella le deja, Andrés se empieza a drogar como una bestia y graba canciones en las que toca todos los instrumentos y canta con voz desagradable mensajes que son descarados llantos en público, puro exhibicionismo gore de corazón abierto , desesperadas y patéticas súplicas de perdón. (Verbigracia: primera canción mandada a los medios: una versión de “Vivir sin tu amor” de Spinetta)
Y sí, somos tan críos que nos creímos todo aquel número en su primera versión. Un poco con el oficialmente consagrado por la crítica Honestidad Brutal (cuyo libreto se cerraba con un arrebatado epílogo explicativo de sólo dos palabras -“Por Mónica”-) y, sobre todo, con uno de, en nuestra opinión mejores discos de la historia de la música pop española (aunque de esto hablaremos en otro momento): el inconmensurable El Salmón, de tanta incontinencia creadora como farlopera.
Y somos tan críos que, pese a todo, vamos a seguir el remake intentando olvidar la desconfianza que Calamaro se había ganado a pulso con el irregular El Cantante, con el mediocre El regreso, con el simplemente bueno On the rock y con el infame ElPalacio de las flores.
Porque creemos que Andrés es esa maricona llorona que, cuando quiere, suena más sincero que nadie y es capaz de humedecer a estas mariconas lloronas que le admiramos. Y si no escúchese ese desgarrado “por favor, ¿no ven cómo me estoy hundiendo…?” en “Un Barco un poco”, ese implorante “más hoy que estoy tan sólo y tan cansado de llorar, quiero saber si tú querrías regresar…” en la desesperada “Así”… O, sobre todo, esos vulgares intentos de preserva la dignidad en “Tu pavada” (“por favor, no pares nunca: mi único orgullo es saber que sos tan puta…”) y, especialmente, en quizás la mejor canción que nunca ha escrito, No son horas: “no te olvides que soy grande porque tengo multitudes que me esperan afuera…”
Sin embargo, mi verso preferido de Andrés siempre ha sido uno que para mí condensa esa bipolaridad que avanza a tumbos entre el orgullo y el ridículo (para acabar de dejarlo claro canta a dúo con Maradona) y que reza así: “Hoy me puse mi mejor traje/aunque no había ninguna fiesta:/ la verdad, todavía te quiero/ no me importa lo que te parezca…”
Y es que el pobre Calamaro, gordo, escuálido, brillante o estúpido, con la voz que Ariel Rot definió como “la del millón de dólares” o con el horrible desafine propio de los últimos tiempos, es, siempre incontinente, excesivo, e inocentemente sincero. En definitiva, ese varón tierno (como le gusta insistir, quizás por un autocomplejo)y sentimental, que no tiene que arrepentirse de que compartan la misma piel el corazón tachado de Mónica con el símbolo de AC/JC por Julieta Cardinali sino que, como ya dijo Joni Mitchell, las canciones son los verdaderos tatuajes y, por tanto, la nueva producción a corazón abierto la única cirugía láser que puede borrar los últimos tropiezos es ese genio que, queremos pensar, no estaba muerto, estaba zampando bollos. Leré.
Esta es la historia que más he contado en los últimos dos años y también la que menos me han creído en toda mi vida. Tanto que yo mismo empiezo a dudar de su veracidad, pero sigo contándola:
Una vez conocí a Bob Dylan. Igual debería decir que conocí a Robert Zimmerman porque iba vestido de paisano, hasta el punto de que nadie le reconocía (porque, para Bob Dylan, curiosamente, vestir de paisano es ir de incógnito). Y mira que estábamos en el bar de enfrente de su concierto en Mérida y, entre los parroquianos de estampa de bar-de-moe-castizo, se habían colado ya algunos freaks que discutían a voces y con amagos de violencia sobre si John Wesley Harding había sido un disco malo con intención o sin intención e, incluso, sobre si John Wesley Harding valía la pena. Pero el caso es que nadie le reconocía y Bob (o, mejor dicho, Robert) estaba acodado en la barra, sentado con un vaso de vino tinto que apenas había paladeado, aparentemente absorto pero sonriendo de vez en cuando ante frases sueltas de la conversación de los freaks. (El problema es que como estas se entrelazaban no puedo estar seguro acerca de qué comentarios eran los que a Dylan, perdón, Zimmerman, le resultaban más estúpidos y, por tanto, si para él John Wesley Harding había sido un disco malo con intención de ser malo o un accidente más de su accidentada discografía). El caso es que allí estaba, y yo le vi y me senté a su lado. Y hablé con él.
Ahora viene la parte que jamás me han creído en mi vida. Lo cual, siendo como soy un redomado mentiroso desde que dicen que debo tener uso de razón, no deja de ser sorprendente. Pero sigo contándolo. Sigo cantando en la noche la canción que tú no quieres que escuche, como decía la canción del acústico pirata de Un Hombre Exquisito.
Les prometo que es verdad. Y que entonces llevara 3 días sin dormir no es excusa: les juro que en ese tiempo sólo me había metido un gramo de cocaína y medio de eme. Bueno, y había fumado algunos porros y bebido algo, sí, pero apenas media botella de whisky, porque no paraba de vomitar sangre y total hubiera sido un desperdicio.
No me distraigan, por favor. El caso es que allí estaba Bob, y yo me senté a su lado.
No hablamos mucho. Primero, porque Bob, el pobre, ya ha dicho todo lo que tenía que decir en esta vida. Y, segundo, porque Robert y yo somos de pocas palabras… Además a mí normalmente me cuesta esto de ser freak, en parte por pura timidez… (Y en parte porque al principio estaba más interesado en conseguir una copa y era difícil llamar la atención del camarero, que se había enfrascado en la disputa de los freaks hasta el punto de acabar diciendo que la libertad de expresión tenía un límite y que, como alguien volviera a decir que un disco que contiene canciones como "The Ballad of Frankie Lee and Judas Priest" no es una joya, se largaba de su bar en ese mismo momento...)
En fin, me estoy enrollando y les juro que sólo llevo un gramo encima… Supongo que en parte es porque no tengo mucho argumento. Y es que yo en esa época no era nada fanático de Dylan, porque todavía no había visto la mejor película de la historia (a pesar de ser un auténtico coñazo): I´m not there, y no me había dado cuenta de lo chulo que puede ser tener una biblia actualizada, con parábolas y versículos para cada momento (para cada momento, claro, si se hace igual que hacen los fanáticos de la Biblia, que la lógica se la traen de casa; pero bueno, que si te pones si que te encaja una canción para cada momento, lo prometo). Así que tuvo que ser él quien me dirigiera la palabra y me preguntara qué opinaba de la discusión de los freaks. Yo, citándole (porque para entonces sí que me había leído “Crónicas”, que uno no era fanático pero sí tiene su cultura) le dije que me gustaría prenderles fuego. Pero él pasó, o no captó la referencia. O no era Dylan, como se empeña en decirme todo el mundo desde hace dos años. (Pero les juro que sí era Zimmerman. Y ahora sólo llevo un gramo y medio encima). Y bueno, simplemente me preguntó que qué opinaba yo del disco. Y le confesé que no tenía una opinión formada… Pero lo que simplemente no entendía (lo que desde luego NO PODÍA ENTENDER) era por qué había hecho el cambio de letra de la maqueta a la versión de estudio de "If you see her, say hello" y, sobre todo, y me daba igual que esa canción fuera de Blood on the tracks, que no me cambiara de tema, lo que no PODÍA LLEGAR SIQUIERA A ASIMILAR era por qué ahora había vuelto a cantar esa versión en directo.
Y ahí sí se sorprendió. Se giró 90 grados (aproximadamente: soy de letras) en el taburete y me miró de hito en hito. Y me dijo que no la cambiaba. Yo le insistí en que sí (estaba seguro, tanto como ahora lo estoy de que era Dylan y casi tanto como ahora lo estoy de que era Zimmerman). Y le recordé que ahora cantaba “If she´s passing back this way, and I hope she don´t/ tell her she can look me up, I´ll be here or I won´t”. Y él dijo que claro. Que lo mismo que había cantado siempre. Le dije que no, y que la letra de antes estaba mil veces mejor. Me pidió que se la recordara. Pero claro, yo para entonces llevaba dos gramos y cuarto de cocaína y casi uno de eme encima… Y no podía acordarme. Entonces Bob, o quizá Zimmerman, sacó un pedazo móvil de su bolsillo (algo que en ese momento me pareció psicodélico y que ahora, pensándolo, me parece más que lógico) y me dijo que iba a asegurarse y que, si tenía razón, hoy, por mí, cantaría la letra original. Yo me alegré mucho y le abracé y le besé y le dije que si quería eme se lo pasaba barato pero que me lo comprara, por Dios, o me iba a morir en mitad de su concierto.
Pero él estaba concentrado manipulando unas teclas y solo al cabo de un momento me miró con pena y dijo: “no está en Spotify”. Y yo, que notaba como los calores propios del eme me subían hasta el último rincón de mi abotargado cerebro, como arañándome la cara por dentro le grité: Ya lo sé, cabronazo, ni esa ni ninguna. Me miró un momento con pena y luego dijo: ah, sí… Y pareció desanimado. Sin embargo, entonces me acordé de que la llevaba en el móvil y le abracé y le besé y le dije que el eme se lo regalaba pero que por dios me quitara eso de encima o esto iba a acabar fatal. Pero él me hizo notar que no tenía cascos. Y me pidió que si se la podía pasar y yo le tuve que confesar que eso no era del todo legal… Y él asintió gravemente y se despidió de mí con un abrazo lento, de hombre que ya ha visto todo pero todavía tiene, incomprensiblemente, alguna capacidad para conmoverse, y me dijo que se iba no fuera que el concierto empezara sin él. Y porque le apetecía escuchar alguna canción del Albertucho. Y yo tuve que pagar su vino y luego creo que fui al concierto pero no me acuerdo de qué cantó porque para entonces ya iba yo guapo, con perdón.
Y esto es todo lo que tenemos que decir sobre la ley Sinde.
-Es sin duda un fenómeno común a todas las facetas de la vida...
-¿Qué quieres decir?
-Pues hay un momento en que se tiene, y después se pierde. Y se ha ido para siempre. En todas las facetas de la vida. Georgie Best, por ejemplo, lo tuvo, y lo perdió. O David Bowie, o Lou Reed...
-Lou Reed en solitario no está mal...
-No, no está mal, pero tampoco está de puta madre... Y aunque no suene mal en tu fuero interno sabes que en realidad no es más que... caca.
-Bueno, ¿quién más?
(Rellene el lector con los nombres que considere oportunos)
-Así que todos envejecemos, dejamos de molar y se acabó.
-¡Sí!
-¿Esa es tu teoría?
-¡Sí! Cojonudamente bien expuesta..
Teddy Bautista ( antes de perderlo)
¿SE OS OCURREN MÁS CASOS DE GENTE QUE LO TUVO Y LO PERDIÓ? ¿David Bowie? ¿Rod Stewart? ¿Pete Doherty? Ustedes dirán...Si se te ocurren,proponlos en los comentarios y los añadiremos a la votación.